11 sept 2014

Me hablaba de un proyecto en el campo, mientras el taxista manejaba. Escuchaba su proyecto artístico, de intervenciones con una carpa rodeada de alambres, de una luces verdes, de ramas tiradas en el piso, los brazos levantados como pararrayos y el taxista mirando para delante, manejando y soportando el proyecto en sus oídos con el cemento veloz en sus ojos.
 Porqué es tan cruel el asfalto con el arte (?); el auto, las térmicas, los cables, los ladrillos, los caños, las salidas de gas, todo eso contra el arte. Para qué sacarle el interés a los hombres que vienen a la ferretería, hombres de verdad (?), con problemas de verdad, no necesitan las carpas con alambres, los compos del arte. Necesitan Ceresita Klaukol, Hierros del ocho, perfiles, cenefas, enchufes, cal.
 Hacer esto sin pensar, y luego qué (?), refugiarse en una estufa que puso el gasista, en una cama que hizo el carpintero, en una ventana puesta por el albañil,  un techo levantado por obreros. Refugiarse para dibujar, para hacer una carpa, unas fotos, unas porquerías más o menos lindas que nunca van a dar calor como la hornalla del gasista.
 Refugiarse de ellos y sus oficios, el taxista que nos llevaba, nos protegía y nos cobraba. El taxista miraba la velocidad de los objetos mientras en su nuca chorreaba agua y en los diminutos pelos del cuello sentía el aire de nuestras bocas, le zumbaban las risas, como moscas. Hablábamos de instalaciones artísticas, de moscas de clase media, comemierdas del arte. Estúpidamente refugiados de todos los que sostienen este mundo. Nos ayudan, nos llevan, nos hacen pinceles, cámaras, ropita, chocolates, cables de internet.
 Con una bocina sorda, el taxista cortó la charla  que salía del vientre de su auto inmerso en la calle traicionera, calle opuestamente al servicio de un aire acondicionado. Son cincuenta pesos. Son la noche, las mujeres, la comida y el vino que robaste, dijo con la mano abierta. La carpa con las luces son buenas para hablar de la oscuridad, me dijo Damián sabiendo que me esperaba correr por la estepa urbana, mientras yo veía más profundo el oceáno de mis sombras que era la cuadra que me lleva a la puerta que hizo un herrero que me protege de ladrones que quieren la plata que hizo el estado.
Corriendo y tirando la máscara atrás, la del artista, me puse la del perro mojado, para luego tirarla y usar la del solitario que piensa y come calentito junto a la hornalla, como un frasco vacío con semilla de poroto en algodón.  Acuesto mi cara en el algodón, hasta que mi cara duerme, media apoyada, media descubierta, esperando el Sol de las nuevas caras. Carpas gestuales, campos hipócritas, fotos para olvidar. Mañana te llamo. En cinco te llamo. No puedo ahora atenderte. Te veo después. Estoy yendo. Ya estoy. No pude ir. No pude llegar antes. No llego.