Amarillo extraño en la oscuridad que fagocita las líneas del horizonte isleño, un Paraná negro, difuso y vivo. Como el lomo de un caballo en un cuarto oscuro. “Mirá la Luna”, le dije. Y miró un rato, como si tratara de una silla, una mesa o cualquier cosa inventada por estos simios con ropa. La Luna, era única, anterior a nosotros, cómo no amarla, cómo no desearla y venerarla. No me indigné como en otro momento lo hubiese hecho. No me importó. El éxtasis oculto y modesto emergía como Ella, la Luna. Frené. La otra Ella frenó. Para esperarme, no para contemplar. Me planté más en la decisión de contemplar. Ella continuó con la inercia de la espera y comenzó a hablar de alguna mesa, una silla o cualquier otro invento poco importante. “La beso”, pensé. Volví a contemplar a Ella, la Luna.
28 jul 2022
26 abr 2022
25 ene 2022
Anoche la rubia masticó la cabeza del ratón.
23 ene 2022
Hubo, ya, un trecho largo de parpadeos en la tierra.
Un río hueco, estrepitosamente, con violencia,
entre unas piedras negras que no abrazan,
quizá se está partiendo el alma.
Cuando el espíritu insonoro del in-tiempo,
irrumpa en esta materia, flexible,
violentamente flexible
y moldeable.
Río mudo y negro, como un rayo.
Piedras serias, calladas, que brillan por ese rayo.
Eso que llaman -evolución-
no es más que un desencadenamiento hacia la inevitable muerte.
La muerte es aquello que habita una solitaria llegada,
cuando se llega solo a casa,
o te despierta
solo, con el brumoso remanente de una noche ciega y blanca
y no hay voluntad de salir corriendo.
o cuando se duerme solo,
sobre un pasado donde ríen personas que quisimos
sobre un gancho
y se derraman voces de un recuerdo que es oído.
Amargos sonidos amorosos.
Gélidamente ausentes