15 nov 2022

 Amarillo extraño en la oscuridad que fagocita las líneas del horizonte isleño, un Paraná negro, difuso y vivo. Como el lomo de un caballo en un cuarto oscuro. “Mirá la Luna”, le dije. Y miró un rato, como si tratara de una silla, una mesa o cualquier cosa inventada por estos simios con ropa. La Luna, era única, anterior a nosotros, cómo no amarla, cómo no desearla y venerarla. No me indigné como en otro momento lo hubiese hecho. No me importó. El éxtasis oculto y modesto emergía como Ella, la Luna. Frené. La otra Ella frenó. Para esperarme, no para contemplar. Me planté más en la decisión de contemplar. Ella continuó con la inercia de la espera y comenzó a hablar de alguna mesa, una silla o cualquier otro invento poco importante. “La beso”, pensé. Volví a contemplar a Ella, la Luna.

28 jul 2022

en el portal de tu mirada
tu luna de sueños calman
todo fuego de tristeza
el horizonte de sonrisas
es una confiada promesa 

26 abr 2022

 Una Piraña 

entre todas, sanguinarias

intenta besar a Ophelia

Una mula que olvidó
el peso de su carga
Y la cuenta de los días

Un gorrión en la cama
Mirando la ventana rota

olvida el largo viaje
para volver y dormir


Son
Una herida azul
Un rasguño de luz
es el que tienen

10 mar 2022

 Un refugio es hogar cuando es retorno.

25 ene 2022

 Anoche la rubia masticó la cabeza del ratón.

La cama rechinaba con cada respiración que hacía. Soñamos juntos. Con madera.
Desperté. Plácidamente abrí los ojos y ya. Siquiera pregunté lo que soñé: "Todas invenciones de tu cabeza", dije.
Puse pava, manteca y pan. Oriné desnudo en el jardín, ante abejas, plantas y Julio. Todos por igual iluminados por el Sol.
Anoche Ella estaba llena. Cuando está en el cenit del cielo, recostada sobre nubes, podemos contemplarla y copular con ella como hace miles de años. Los animales saben como: se echan con el vientre hacia ella, abriendo el sexo.
Le di comida a Rubia. Julio quiso salir, le abrí, como todas las mañanas.
En el camino hacia la verja, vi a él, parte de su cuerpo, ratón de Apolo sin cabeza. Vi sus manos pálidas recogidas hacia dentro, su cuello rojo, y una especie de excremento que no pude saber que era. Seguí de largo. Comí el pan con otro gusto. traté que no se meta en mi cabeza cuando comía.
No parecía bien meterlo en una bolsa. ¿En quemarlo para que lo debore Apolo? Pero decidí enterrarlo como cualquier griego. Hice un pozo con pala, luego mis uñas sacaron el remanente y me vino Antígona a mis manos. Lo arrojé, y cubrí con tierra. Sentí una impresión nueva cuando aplastaba con los pies la tierra sobre su cuerpo. Fin.
Necesitaba un ritual. Por lo menos para crecer. Nunca enterré un muerto. Aunque su cabeza, que no encontré, vagará sola por este mundo.

23 ene 2022

Hubo, ya,  un trecho largo de parpadeos en la tierra. 

Un río hueco, estrepitosamente, con violencia,

entre unas piedras negras que no abrazan, 

quizá se está partiendo el alma. 

Cuando el espíritu insonoro del in-tiempo, 

irrumpa en esta materia, flexible, 

violentamente flexible 

y moldeable. 

Río mudo y negro, como un rayo.

Piedras serias, calladas, que brillan por ese rayo.

Eso que llaman -evolución- 

no es más que un desencadenamiento hacia la inevitable muerte. 

La muerte es aquello que habita una solitaria llegada,

cuando se llega solo a casa,

o te despierta

 solo, con el brumoso remanente de una noche ciega y blanca

y no hay voluntad de salir corriendo.

o cuando se duerme solo, 

sobre un pasado donde ríen personas que quisimos

sobre un gancho 

y se derraman voces de un recuerdo que es oído.

Amargos sonidos amorosos. 

Gélidamente ausentes