10 jun 2025

La historia podría ser la de un niño que crece en un pueblo. En la escuela, cada mañana izan una bandera y escuchan discursos sobre el sacrificio de sus antepasados: lucharon por esas tierras, contra la discriminación y las masacres que sufrieron. Ya adolescente, en el cine ve una película sobre las persecuciones que vivieron sus ancestros, aniquilados por el odio. En las calles observa cómo los soldados de su pueblo demoran y revisan a personas de otros pueblos, por la seguridad de los suyos; en su mayoría, empleados que viven afuera y se mueven por pasillos enrejados. Un día ve cómo un soldado separa a un niño de su madre y le propina una golpiza hasta dejarlo inconsciente, mientras ella ruega. Él sigue sus días, escucha a profesores, almaceneros y religiosos hablar del sufrimiento de su pueblo. Una noche conoce a una chica. Se gustan. Caminan bajo las estrellas. Ven cómo un oficial atrapa a un niño del otro pueblo, le quiebran los brazos con piedras. Ellos siguen juntos, enamorados. Él juega al deporte con sus amigos, y en las cenas familiares siempre se cuelan historias sobre mártires, razas, Dios. Una noche, en una fiesta, ríen, bailan, se drogan para olvidar, y entre risas, entre besos, en medio de una conversación trivial con amigos sobre la historia de su pueblo, ella lo mira fijo, deja de reír, y cae muerta por una bala. La música se interrumpe. Un hombre del otro pueblo ha entrado para matar a todos los que pueda, hasta que lo matan. La noche se llena de velas. También los diarios. El jefe del pueblo, rodeado de soldados, anuncia en nombre de su gente, su Dios y su justicia, un escarmiento: deciden matar a todos. Él, ciego de dolor, se alista como francotirador. Durante la invasión al pueblo vecino, toma una torre y dispara a los que, cree, le arrebataron a su amor. En un patio lejano, a través del lente de largo alcance, ve a una pareja joven que baila. Por un momento recuerda. Dispara. Mata al muchacho. La mujer cae a su lado. Ya es de noche en la torre. Y él no duerme.